Soy un mal lector

          Todo mundo sabe que el arte de escribir va de la mano con la lectura. Y todo mundo asume que los escritores leemos más que los lectores promedio, y esto sin duda es cierto para algunos escritores, pero no para todos. Como no puedo hablar por los demás, hablaré por mi propia experiencia, primero como lector devoto y luego como escritor en formación.
Alguna vez un amigo de letras me hizo la reflexión que al menos por cada cuento escrito debía consumir por los menos en factor diez lo que otros autores han desarrollado, no pude más que contestarle tímidamente que quizás tenía toda la razón, porque ¿quién podría escribir algo relativamente de calidad, sin enriquecer su vocabulario, su jerga y su estilo con las formas y directrices de otros autores?
                Si partimos del lector asiduo, como lo era mi padre, que devoraba libros por el puro placer de leer y sin intensiones literarias, no me queda mas que confesar que no he leído lo suficiente y realmente no creo que me quede el tiempo para leer lo que desearía poder abarcar el resto de mi vida. Si lo queremos ver desde la perspectiva económica, es un tema de costo de oportunidad: ¿Cuánto cuesta leer y cuánto cuesta escribir? ¿Cuánto tiempo escribir y cuánto tiempo leer? Buscar un balance quizás sea la respuesta, pero quién ama la literatura sabe que uno siempre se debate entre si continuar leyendo o hacer un alto y volver sobre las propias letras. Hoy por ejemplo, mientras leía un cuento maravilloso de Holloway Horn, titulado Los Ganadores de Mañana, mi lectura se miraba interrumpida abruptamente por ideas que como ecos estorbaban y me llamaban a escribir notas para un cuento similar en el presente que incluyera el Twitter y las referencias a redes sociales, y desde luego a los grupos de WhatsApp, que ahora también compiten por sus segundos de gloria.
                  También decía que siento que no he leído lo suficiente, porque cada vez que me acerco a lo que se supone sirve de base para mi formación como escritor (aquí debo poner una cita a esto porque realmente no se de donde vienen esas ideas, pero no son mías), descubro nuevos horizontes en caminos desconocidos o mejor dicho vuelvo sobre autores y obras que quizás para la mercadotecnia del presente están fuera del radar y encuentro en ellos materia moldeable para la innovación en los géneros que me interesan (Antón Chéjov, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares). Para mencionarles un ejemplo reciente, esto me pasó con los cuentos de Las mil y una noches, y con algunos relatos que releía de Jorge Luis Borges. En el primero, reencontré una profundidad quizás un poco filosófica en algunos de los textos, también encontré trazas del mal y de las estupideces que algunos seres humanos son capaces de cometer desde el poder o desde sus limitadas nociones de convivencia. O como describiría el doctor Mendieta: “la revelación de lo primitivo y cavernario en pleno siglo veintiuno”. 
En un grupo de escritores jóvenes – entiéndase de los que escribimos pero somos los desconocidos- también reflexionábamos sobre estos temas y la conclusión mas certera es que cada quien lee de acuerdo a sus intereses y al genero en el que está trabajando, lo que le sirve a unos a otros les resulta superfluo, porque nuevamente el tiempo es el bien no renovable del que gozamos todos, pero que nadie puede alterar su rumbo, ni acrecentarlo.
                  Por otro lado, me siento un mal lector porque no leo de corrido un libro, sino que lo llevo en paralelo a cuenta gotas explorando sus confines, y exprimiendo cada experiencia de los maestros que lo hicieron posible, comparando anotaciones pasadas, contrastando estilos con libros paralelos –quizás para no terminar copiando voces- . O tal vez es aquella sensación que se tiene de reservarlo para uno mismo, o como diría el Doctor Ramírez: “cuando el cuento es bueno, uno se debate entre querer llegar al fin y que no termine”. Me ha pasado varias veces con Borges en Hombre de la esquina rosada, o en El impostor inverosímil Tom Castro (como ejemplos). También me ha ocurrido con W.W. Jacobs y la Pata de Mono y con Julio Cortázar en Casa tomada. O en el cuento El poder del mismo Dr. Ramírez –lo menciono porque supongo que la gente ahora lee más sus novelas, lo que me parece extraño, porque tiene cuentos geniales, pero que sobre todo no pierden la validez-.
                  Por último, me declaro mal lector, porque no leí lo suficiente de Agatha Christie, Corín Tellado, los pasquines de Archie y su pandilla, o los Comics de Condorito (y no lo digo con desdén o con mala intención, como dije cada escritor en su tiempo y a su público). Tampoco leí suficientes libros para adolescente porque hasta hace pocos años pude leer el Conde de Monte Cristo y volver sobre las partes del Quijote que me resultaron incomprensibles a mis quince años. Aunque reconozco que mis profesores hicieron un gran esfuerzo para que conociera el mundo de la literatura Latinoamericana y Universal. Definitivamente reconozco que hay muchísimos lectores mejores que su servidor, gente que como mi padre se convierten en máquinas del tiempo que engullen cuantas letras llegan a sus manos y no andan con contemplaciones y leen en un par de sentadas un libro.
Por mi parte seguiré leyendo a mi paso, sin prisa, contando las gotas de rocío, disfrutando cada verbo y adjetivo en las historias relatadas, tomando sorbos de café y tomando lo que necesito para escribir algo relativamente bueno, que sirva para entretener a otros, como lo hiciera con mi padre en su lecho de enfermo. Esa madrugada, Don Alejandro en el hospital después de compartirle el cuento El Planificador y otros relatos cortos, se dirigió a mí con una sonrisa y estas palabras: “tomo mundo puede leer, pero no todos pueden escribir, seguí escribiendo, está muy bueno. Aprobado”. Esa fue la primera batalla de fuego, literalmente gracias a él estoy aquí y no abandono las letras, y no creo que las abandone aunque siga siendo un lector de tercera.

Mañana les cuento la segunda batalla de fuego en este caminar.

Texto: Héctor D' León
Imagen: Tomado de Twitter @historietas_old

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